martes, 14 de agosto de 2012

Daniel Zazo (ii).



(Meditación acerca de una obra de Balthus)

“Se ha dicho de mis niñas desvestidas que son eróticas. Nunca las pinté con esa intención, que las habría convertido en anecdóticas, superfluas. Porque yo pretendía justamente lo contrario, rodearlas de un aura de silencio y profundidad, crear un vértigo a su alrededor. Por eso las consideraba ángeles”.
Balthus (1908-2001)

Atemporal.
La retina almacena, imperecedera,
aquella vestal ingrávida, ángel de alas levemente tendidas.
Su falda izada,
el espejo que parece querer retener
la mirada impúber, la inocente silueta,
la inmaculada geografía del cuerpo.
En ella, lo íntimo se confunde con lo frágil
y lo perverso con lo virginal.
En su nívea piel,
reposa el lascivo ímpetu de la llama
y la violenta réplica del deseo.
Su pubis se descubre, libre de circunloquios
y de innecesarios preámbulos y rodeos.
Era la belleza revelada, el fuego incitado.
La caverna, sutilmente perfilada,
bóveda donde, impúdico,
el delirio se torna voluptuoso e inmoral.
La figura, a priori, abandonada y sumisa,
me agita y desordena.
El deleite se impone sobre la prudencia
y el recato desaparece.
Mis ojos escépticos, asisten, de súbito,
ante el sublime secreto delatado
que, en su apoteosis encierra,
la vulnerabilidad de una valquiria indecisa
y la erótica del felino en el prólogo del salto.
Su misterio me inquieta y me corrompe.
Ceden los párpados
y su contorno permanece indeleble
en el sótano concupiscente de la memoria.

––Daniel Zazo.

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